sábado, 12 de septiembre de 2009

:::Las harimaguadas:::

:::Las harimaguadas:::

Maguada dándose un baño purificador

Por norma general, las fuentes documentales del pasado prehispánico de Canarias ofrecen una imagen sesgada e incompleta de nuestros ancestros. Analizan la realidad isleña desde un punto de vista externo, contaminado por la constitución cultural del observador. Por eso, lo más adecuado es acercarse a estos textos de forma crítica.

Preparadas para la vida adulta

El caso de las harimaguadas no es una excepción a la norma. La doncellez y el encierro que las caracterizaba favoreció que los cronistas, influidos por la mentalidad religiosa y monacal de la época, las representaran como monjas o sacerdotisas. Así, mientras la crónica Ovetense [(1639) 1993: 162] anota que los guanartemes tenían «casas de Doncellas encerradas, a manera de emparedamiento», el códice Lacunense [(ca. 1554) ca. 1621: 25v y 1993: 224] afirma «que oy llaman monjas, a estas [...] maguadas». Encontramos connotaciones similares en el testimonio recogido por Abreu Galindo [(ca. 1590) 1977: 156]:

Entre las mujeres canarias había muchas como religiosas, que vivían con recogimiento y se mantenían y sustentaban de lo que los nobles les daban, cuyas casas y moradas tenían grandes preeminencias; y diferenciábanse de las demás mujeres en que traían las pieles largas que le arrastraban, y eran blancas: llamábanlas magadas.

Sin embargo, para precisar el objetivo final de este colectivo de mujeres, es necesaria una lectura detenida de las fuentes y una mejor contextualización de los hechos dentro del ámbito cultural y religioso de las antiguas sociedades amazighes del Archipiélago.

En esta línea, el estudioso que más tiempo ha dedicado a explorar el papel de la mujer en la vida isleña, el Sr. Pérez Saavedra [(1982) 1997: 142], interpretó el fenómeno de las (hari)maguadas como un caso de reclusión de menstruantes novicias, de muchachas púberes (mawwad) que se preparaban para ser esposas: «una modalidad de los ritos de paso, de pubertad o iniciación a la vida sexual adulta, tan corriente en las sociedades primitivas». Todos los datos disponibles señalan que le asiste la razón cuando observa que las (hari)maguadas no consagraban su virginidad a ningún dios ni se recluían por espíritu ascético, sino que, al cuidado de mujeres expertas, eran instruidas en todo lo relacionado con el matrimonio –concebido más como destino que como posibilidad– y la maternidad. Era precisamente su condición de futuras madres –además de la pureza que se asociaba a la virginidad– el nexo que las unía con lo sobrenatural.

Baños y rituales

El encierro de las jóvenes se veía justificado por un tabú de contacto muy arraigado en la cultura amazighe: el temor a la sangre –en este caso, la sangre de la menstruación. Según las fuentes etnohistóricas, las novicias sólo salían de su recogimiento para bañarse a solas en la mar, para participar en algunos rituales colectivos relacionados con la lluvia y para su casamiento.

Los baños purificadores, que en ningún caso eran exclusivos de las (hari)maguadas, debían efectuarse al término de las menstruaciones. El agua del mar cumplía su función como desinfectante de las presuntas impurezas sexuales, al tiempo que se le atribuía cierto poder fertilizante. Por su parte, los hombres tenían terminantemente prohibido asistir a los lavatorios: «íhauían de ir solas auíadía díputado para esso y assí sauíendolo, ono, tenía pena delaVida el hombre que fue auerlas oencontrarlas í hablarlas» [Gómez Escudero (ca. 1484) 1934: 67v].

En cuanto a la participación de estas jóvenes en determinados rituales, Abreu Galindo recoge en su Historia el siguiente episodio:

Cuando faltaban los temporales, iban en procesión, con varas en las manos, y las magadas con vasos de leche y manteca y ramos de palmas. Iban a estas montañas [Tirmac y Umiaya], y allí derramaban la manteca y leche, y hacían danzas y bailes y cantaban endechas en torno de un peñasco; y de allí iban a la mar y daban con las varas en la mar, en el agua, dando todos juntos una gran grita [Abreu (ca. 1590) 1977: 157].

Los paralelismos entre este ritual y la Fiesta de la Rama, celebrada hasta nuestros días por las gentes de Agaete (Gran Canaria), parecen evidentes. Y es que, desde tiempos remotos, los ritos de fertilidad han sido de vital importancia para los pueblos amazighes.

De todos modos, el protagonismo de las (hari)maguadas en este tipo de actos no es suficiente para catalogarlas como sacerdotisas. En opinión del Sr. Pérez Saavedra [(1982) 1997: 156], «dicha participación no constituye su fin originario, ni las define, ni es fundamental». Tal vez, las únicas féminas susceptibles de recibir el grado de sacerdotisas sean aquellas maestras que se encargaban de instruir a las novicias. No obstante, hemos entrado ya aquí en el terreno de las conjeturas, porque todas las características expuestas hasta ahora guardan no poca coincidencia, por ejemplo, con las vestales romanas. Y es que la existencia de cosas, personas o grupos específicos a los que se les reconocen cualidades benéficas o profilácticas, que, además, pueden transmitir, menudea en toda la cultura amazighe. Es el caso del color blanco, de ciertos roques sagrados o de los conocidos “hombres mascotas” (o “legítimos”), que también gozaban de una protección divina que transferían a sus acciones.

Localización y etimología

El estudio del caso de las harimaguadas presenta una dificultad añadida. A lo largo de los años, al transmitirse la información de autor en autor, la descripción inicial de este colectivo femenino parece haber sido adulterada en algún pasaje.

Tal vez el ejemplo más claro sea el que nos proporciona Antonio de Viana, quien parece haber sido pionero en extrapolar el término ‘harimaguada’ a la isla de Tenerife. Hasta la publicación de su Poema, las fuentes lo habían aplicado exclusivamente a la isla de Gran Canaria, si bien es cierto que en la crónica del conquistador toledano Antonio Cedeño [(ca. 1490) 1993: 378] ya se habla de «Harimaguadas» tinerfeñas. Aún así, se sospecha que ésta y algunas otras referencias similares fueron introducidas en la copia que Marín de Cubas (1682-1687) realizó del manuscrito.

Viana llama ‘harimaguadas’ a las «bautizadoras» guanches documentadas en la obra de Espinosa, extremo que, según Pérez Saavedra [(1982) 1997: 157], «carece de fundamentación histórica», y se perpetúa, de manuscrito en manuscrito, desde la edición de las Antigüedades. Sin embargo, un análisis etimológico de la voz ‘harimaguada’ puede aportarnos datos reveladores. El vocablo presenta varias lecturas pertinentes, aunque lo más probable es que proceda de la construcción ínsuloamazighe ary_m-awwad, cuya traducción más ajustada es la de ‘(mujer) virgen que contrae parentesco (o protege)’ [Reyes 2006: 56]. Una relación de parentesco que también caracterizaba a las «bautizadoras» de Espinosa [(1594) 1980: 35]:

Acostumbraban [...] cuando alguna criatura nacía, llamar una mujer que lo tenía por oficio, y ésta echaba agua sobre la cabeza de la criatura: y aquella tal mujer contraía parentesco con los padres de la criatura, de suerte que no era lícito casarse con ella, ni tratar deshonestamente.

Aunque resulte bastante difícil acotar el verdadero estatuto social y religioso de esta comunidad femenina tan particular, parece oportuno insistir en que la etimología de los conceptos arroja algunas certidumbres útiles para el análisis etnohistórico. La voz harimaguada (ary_mawwad), corrompida en marimaguada por los españoles [Gómez Escudero (ca. 1484) 1993: 435], contiene una cualificación particular, el ‘parentesco protector’, sobre la expresión maguada (mawwad), que remite sólo a la ‘adolescente o virgen’. En ambos casos estamos en presencia de agentes o portadoras de un caudal de ‘pureza benéfica que canalizan a través de sus acciones’, pero también ante una distinción cualitativa que bien puede hacer referencia a la condición de ‘maestras’ y ‘pupilas’, respectivamente.

En todo caso, nada aconseja dar por cerrada la caracterización definitiva de este colectivo tan importante para la vida ritual y económica de las sociedades ínsuloamazighes.

Fuentes

ABREU GALINDO, Juan de. 1977 (d. 1676 < style="font-style: italic;">Historia de la conquista de las siete islas de Canaria. Edición crítica con introducción, notas e índice por A. Cioranescu. S/C de Tenerife: Goya.

CEDEÑO, Antonio. 1993 (< style="font-style: italic;">Brebe resumen y historia muy verdadera de la conquista de Canaria scripta por Antonio Cedeño natural de Toledo, vno de los conquistadores que vinieron con el general Juan Rexon, en Morales (1993: 343-381 + 1 lám.). [Ms. en paradero desconocido].

ESPINOSA, Alonso de. 1980 (1594). Historia de Nuestra Señora de Candelaria. Introducción de Alejandro Cioranescu. S/C de Tenerife: Goya.

GÓMEZ ESCUDERO, Pedro. 1934 (< style="font-style: italic;"> Líbro segvndo prosígve la conqv’sta de canaria. Sacado en límpío fielmente del manuScrito del licencí. Ped∞ Gomes Scudero Capellan. [Microfilme Millares Carlo. Ms. F-1, en El Museo Canario].

LACUNENSE. 1993 (< style="font-style: italic;">Conquista de la Isla de Gran Canaria, hecha por mandado de los señores Reyes Cathólicos Don Fernando y Doña Isabel. Por el capitán Don Juan Rejón y el Gouernador Rodrigo de Vera con el Alferes Mayor Alonso Jaimes de Sotomayor. Comensose por Musiut Joan de Betancurt el año de 1439 y se acavó el año de 1477 dia del bienaventurado S. P.° martyr a 29 de abril y duró 38 años esta conquista, en Morales (1993: 185-228 + 1 lám.).

MORALES PADRÓN, Francisco (ed.). 1993 (1978). Canarias: crónicas de su conquista. Transcripción, estudio y notas. Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo, 2ª ed. (Ínsulas de la Fortuna, 2).

OVETENSE. 1993 (< style="font-style: italic;"> Libro de la conquista de la ysla de Gran Canaria y de las demás yslas della trasladado de otro libro orijinal de letra de mano fecho por el alferes Alonso Jaimes de Sotomayor que uino por alferes mayor de la dicha conquista el qual se halló en ella desde el principio hasta que se acabó y murió en la uilla de Gáldar en Canaria donde tiene oy uisnietos, el qual libro orijinal rremitió a esta ysla el capitán Jhoan de Quintana persona fidedina y de mucho crédito donde fue trasladado por el capitán Alonso de Xerez Cardona en quatro de marso de mil y seissientos y treynta y nueue años, en Morales Padrón (1993: 107-183).

Bibliografía

PÉREZ SAAVEDRA, Francisco. 1997 (1982). La mujer en la sociedad indígena de Canarias. Tenerife: CCPC, 4ª ed.

REYES GARCÍA, Ignacio. 2004. Cosmogonía y lengua en Canarias. S/C de Tenerife: Foro de Investigaciones Sociales.

REYES GARCÍA, Ignacio. 2006. Voces del poder en el amazighe insular. S/C Tenerife: Foro de Investigaciones Sociales.
Autor: Néstor Bogajo

RELATO DE UN NAUFRAGO

RELATO DE UN NAUFRAGO

Al mando del capitán Ramón Martín Cordero, zarpó de Barcelona el 10 de agosto de 1919 el Valbanera en el que habría de ser su ultimo viaje. Tras hacer escala en Valencia, arribó a Málaga el trece de agosto, donde embarcó un importante cargamento de aceitunas, frutos secos y vino. Tras embarcar 34 pasajeros, zarpó de Málaga el mismo día 13 rumbo a Cádiz, puerto del que zarpó hacia las Islas Canarias tras embarcar pasajeros. El día 17 atracó en Las Palmas con 573 pasajeros a bordo. En este puerto embarcaron 251 pasajeros más, de los cuales 169 se dirigían a La Habana y 82 a Santiago. El 18, mientras el vapor carbonea en Santa Cruz de Tenerife, embarcan 212 pasajeros. Finalmente, el día 21 zarpa de Santa Cruz de La Palma, último puerto español de la travesía, donde han embarcado 106 pasajeros más. Rumbo a San Juan de Puerto Rico, Santiago de Cuba, La Habana, Galveston y Nueva Orleáns, el Valbanera deja atrás el puerto palmero, en un viaje hacia la historia y cómo no, hacia el olvido. Viajan a bordo 1.230 personas, 88 tripulantes y 1.142 viajeros. Cuenta la leyenda que mientras el buque reviraba en el puerto de Santa Cruz de La Palma, perdió uno de sus anclas. Un negro presagio para los supersticiosos marineros.

BARCO VALVANERA


Tras haber hecho escala en San Juan de Puerto Rico, arriba el 5 de septiembre el Valbanera a Santiago de Cuba y es aquí precisamente donde comienza el misterio que envuelve el naufragio del vapor. La mayor parte del pasaje tenía billete para La Habana. Sin embargo, 742 pasajeros decidieron desembarcar en Santiago. Es evidente que esta decisión salvó sus vidas. El por qué de este desembarque masivo continua siendo un misterio. Una familia que había embarcado en La Palma, los Zumalave, había pasado toda la travesía intentando tranquilizar a su hija pequeña, que desde el embarque se había mostrado muy nerviosa, sumida en un estado de gran ansiedad. Al atracar el buque en Santiago, el nerviosismo se troncó en histeria. La pequeña suplicaba a sus padres que abandonasen el vapor, ya que tenía la certeza de que este se iba a hundir. Tal era el estado de la niña que finalmente la familia decidió desembarcar.

El mismo día 5 zarpa el Valbanera de Santiago rumbo a La Habana, con 488 personas a bordo. ¿Conocía el capitán Martín Cordero la formación de un ciclón en el Golfo? Es una pregunta que probablemente quedará para siempre sin respuesta. Desde Punta Maysi fue avistado el buque por penúltima vez, navegando a toda máquina en un mar extrañamente en calma y, como telón de fondo, un cielo que comenzaba a llenarse de inquietantes cirros y cirrocúmulos.

La Habana, primeras horas de la noche del 9 de septiembre de 1919. El viento huracanado procedente del Golfo había estado castigando las callejuelas de la capital cubana durante toda la tarde. Los negros nubarrones que descargaban sin descanso trombas de agua sobre la ciudad hacían que los capitanes de los buques atracados en los muelles sintiesen una punzada de inquietud, dudando entre si sus vapores se encontraban al abrigo de un puerto o si acabarían varados sobre el paramento de los muelles. Los pasajeros de uno de estos buques, el Montevideo, no daban crédito a sus oídos cuando entre los aullidos del viento escucharon el desesperado bravido de la sirena de un vapor pidiendo práctico.
Algunos pasajeros alcanzaron a distinguir desde las cubiertas del Montevideo las luces de un vapor con cámara de pasaje, que aguantándose frente al Castillo del Morro, hacía señales con una lámpara morse. Los vigías del Morro descifraron las señales que emitía el vapor insistentemente: la letra G del código internacional de señales, dos destellos largos de luz seguidos de uno corto. Necesito práctico. A pesar que desde el atardecer había sido encendida la señal que indicaba que el puerto se encontraba cerrado, tres luces rojas dispuestas verticalmente, los vigías encendieron una nueva señal: tres luces en línea vertical, blanca la superior y verdes las inferiores: "el estado de la barra no permite salir al práctico", probablemente la última señal que hubieran deseado ver aquella noche desde el buque. Lacónicamente el capitán del desconocido vapor indicó por señales que intentarían capear el temporal en alta mar. Lenta, imponentemente, el buque fue virando, arrumbando hacia el norte entre las gigantescas olas que se estrellaban contra los acantilados. En pocos minutos sus luces se perdieron entre la lluvia y los rociones de agua de mar. Se supone que dicho buque era el Valbanera.

El Valbanera nunca llegó a puerto. Una semana después de haber sido avistado, se propagó por todo el Caribe la noticia: el Valbanera había desaparecido. Desde la Gran Inagua hasta Cabo San Antonio, desde La Habana a Cabo Sable, se inició una búsqueda frenética del vapor y de las casi 500 personas que en él viajaban.

El día 19, el cazasubmarinos de la US Navy US SC 203 pone rumbo al bajo de Rebecca. A unas 5 millas al este de dicho bajo, se encuentra una zona denominada Half Moon, el Bajo de la Media Luna. El comandante vislumbra algo que sobresale del agua en el límite occidental del bajo. Inmediatamente enfoca sus prismáticos y lo que ve le deja atónito. Del agua sobresale el palo trinquete de un vapor y dos pescantes de botes salvavidas. Tras casi diez días de búsqueda, el Valbanera había sido encontrado.

Tras la inspección de los restos se hace un informe cuyo resumen es telegrafiado por el Comandante del Séptimo Distrito Naval al Departamento de marina de Washington. El texto del estremecedor mensaje es el siguiente:

Key West Flo 2:44 AM Sept 21, 1919
Secnav Opnav Washington

El pecio en el Bajo de la Media Luna situado a 6,4 millas al 94 verdadero del Bajo de Rebecca ha sido identificado en este día sin ningún género de dudas como el vapor español Valbanera, de la Compañía Pinillos -El casco está bajo el agua con el extremo de babor de la cubierta de botes sobre la superficie del agua -Los pescantes indican que no se hizo ningún esfuerzo para arriar los botes salvavidas -El pecio está orientado hacia el oeste a una profundidad de 3 a 4 brazas -Excepto una cabeza no han sido vistos restos humanos o restos flotando del naufragio durante los días que los cazasubmarinos han pasado cerca de la zona. A partir de aquí todo queda envuelto en un impenetrable misterio. Nunca sabremos a ciencia cierta lo que sucedió. Existen incluso dudas en cuanto a si fue el Valbanera el buque avistado desde La Habana.

Docenas de anécdotas y leyendas rodean al Valbanera ya su naufragio. Sin embargo, la más curiosa de ellas nos fue dada a conocer en Florida, mientras realizábamos investigaciones sobre la desaparición del vapor. Los restos del Valbanera son conocidos en la zona de los cayos como The Wreck of the Whores, el Pecio de las Putas. Es curioso comprobar, como la transmisión oral de la historia puede llegar a deformar los acontecimientos. Según la leyenda que circula entre los pescadores de Key West, al Valbanera no se le permitió entrar en La Habana porque a bordo viajaba un nutrido grupo de prostitutas. Tampoco es nada nuevo. En los tiempos de la emigración, no resultaba infrecuente verlas hacinadas en los entrepuentes de los vapores, huyendo de la miseria y el hambre. El Pecio de las Putas. Epitafio no merecido para los 488 marinos y emigrantes españoles que quedaron para siempre sepultados en el Caribe en la que ha sido la mayor catástrofe en la historia de la Marina Mercante Española.

Fernando García Echegoyen
Naufragio
Crónicas del mar y la muerte



Emigración canaria a Cuba:

Emigración canaria a Cuba:
http://www.mgar.net/cuba/images/emigrant.jpgLa emigración canaria a Cuba fue cuantiosa y sostenida, tanto que puede considerarse una de sus principales raíces culturales y etnográficas. Hoy no es raro el canario que tiene familiares en Cuba, y menos raro el cubano que lleva un apellido guanche. Porque los descendientes de aquellos emigrantes canarios del XVII poco tardaron en considerarse cubanos de pura cepa. Después de 1882 llegaron al continente americano más de tres millones y medio de españoles. Las fuentes españolas reflejan un cifra menor debida seguramente a la emigración clandestina para eludir el servicio militar o por la falta de documentación en regla. Después de considerar los retornos la pérdida final de población apenas supera el millón de habitantes. Entre 1835 y 1850 Macías Hernández considera que al menos 50.000 isleños emigraron, de los que casi un tercio se dirigen a Cuba. Si el censo de 1846 recogía la presencia de 19.759 canarios en la Isla, el de 1862 los eleva a 45.814, a pesar del descenso en la corriente emigratoria canaria a partir de mediados de siglo. Nuevamente reactivada a fines de la década de los setenta, más de 60.000 canarios emigraron hasta el inicio de la guerra de independencia cubana. La diáspora se prolongó en los primeros decenios de la centuria, hasta que en la década de los veinte se produce una inversión de la corriente, superando los retornos a las salidas. Si Cuba fue el principal destino canario, esta realidad adquiere más fuerza cuando hacemos referencia al emigrante palmero. En el bienio 1913-1914 Cuba acogía entre el 84,9 por 100 y el 87,3 por 100 de los emigrantes salidos por el puerto de Las Palmas, entre el 87 y el 87,2 por 100 de los que parten de Tenerife y entre el 99,2 y el 99,9 de los que embarcan en Santa Cruz de La Palma. De los 4.677 pasajeros considerados como emigrantes que parten en 1914 de Canarias, un 40,5 por 100 lo hacen del puerto de Tenerife, un 31,6 por 100 de Las Palmas y un 27,9 de La Palma. Para 1915 la cifra se elevaba a 6.713 pasajeros, pero los porcentajes habían variado: un 38,4 por 100 tienen como punto de embarque Tenerife, un 44 por 100 Las Palmas y un 17,6 por 100 La Palma. Las condiciones de emigración del común de los españoles fueron muy diferentes de las de los canarios. Tras "pacificar" las islas, y en prevención de posibles rebeldías, los Reyes Católicos ordenaron el traslado de grupos de población nativa guanche a las nuevas colonias de América. En lugar de llegar como colonos o soldados, los isleños, como se los conoce en Cuba, lo hicieron como mano de obra para las plantaciones de caña de azúcar. Los pobladores de Cuba de origen canario llevaron consigo sus devociones tradicionales. Así, el culto a la Virgen de la Candelaria, surgido en Tenerife en el siglo XIV, inspiró la construcción de una ermita en Guanabacoa. Los propios canarios fueron quienes, en el siglo XVIII, la convirtieron en la hermosa iglesia de Santo Domingo. La influencia canaria en la cultura cubana actual es muy notable. A ella se debe la pronunciación peculiar del castellano en Cuba, y la preferencia por formas poéticas como la décima campesina. La improvisación, el punto guijarro o "repentismo", una persistencia de las fiestas campesinas o guateques y las famosas parrandas o Charangas. En ciertos lugares ha sido especialmente destacado el papel de los inmigrantes canarios. Entre ellos: Güira de Melena, Jaruco, Matanzas, San Juan y Martínez en Pinar del Río, Cabaigüan de Sancti Spíritus, Guanabacoa, San Cristóbal de La Habana, Jesús del Monte, Santiago de las Vegas, Bejucal, Santa María del Rosario y Remedios. Familias enteras y sucesivas generaciones pudieron emigrar a Cuba. Para ellos, el mar, más que un elemento de separación, lo ha sido de unión. Eran intereses más de tipo familiar o social lo que les movía en esta aventura. Los canarios fundaron las ciudades de Matanzas, Vuelta Abajo, Sagua, San Carlos de Nuevitas, Manzanillo y Santiago de las Vegas. Entre los canarios ilustres se encuentra Leonor Pérez, la madre de Martí, que ha dado nombre a la Asociación Canaria de Cuba. La emigración canaria constituye una de las facetas más destacadas en la historia insular. La significada aportación de los habitantes de Canarias al acervo sociocultural de las tierras americanas queda fuera de toda duda, pues varias generaciones de isleños cruzaron el Atlántico rumbo a América. Este desplazamiento secular y su integración en los diferentes países receptores constituyó un elemento importante en la configuración social canario-americana.

Emigración femenina:
Las mujeres conformaron también un grupo migratorio importante, sin embargo, la historiografía ha desestimado la emigración femenina, aunque ocupó un papel especial y desempeñó un mito entre las mujeres que sufrían las penurias económicas de la época. Se trataba de mujeres jóvenes, en su mayoría solteras que buscaban un acomodo y un bienestar que no les ofrecía su tierra. En general, se trataba de personas con capacidad laboral plena. El bajo nivel cultural y su origen humilde caracterizaban su status social, marchaban para probar suerte con el deseo de mejorar sus condiciones socioeconómicas.

Éxodo de isleñas:
Según informa las estadística de emigrados con especificaciones del sexo, para el siglo XIX , de un total de 23.592 personas, 6.880 eran mujeres y 16.712 eran hombres. Tales cifras representaban un 29.16 por ciento de mujeres frente a un 70.83 por ciento de hombres. Aunque el número de emigrados fue significativamente superior a las emigradas y numéricamente la emigración masculina equivalía a más del doble de la femenina, si se compara con la emigración de la España peninsular o con la de otros países de tradición migratoria resulta bastante elocuente el éxodo de las Canarias. Especialmente si tenemos en cuenta que para el caso cubano hubo migraciones exclusivamente masculinas, como fue el caso del pueblo chino. Asi por ejemplo, entre 1818 - 1839 de un total de emigrantes de 21.184, el número de mujeres fue 5.971, lo cual representaba el 28,18 por ciento. Entre 1832 - 1845 la salida de mujeres con destino a Venezuela, representó el 36,54 por ciento del total de los adultos emigrados. El caso de Uruguay entre 1840 - 1844 supuso el 41,3%. Asimismo la presencia de mujeres isleñas en Cuba ascendió en los años 1846 y 1860 según reflejaron los censos cubanos.

Valbanera, buque de Pinillos naufragado en 1919También hubo emigración clandestina femenina, que burlando los controles oficiales llegaban de manera ilegal a los países hispanoamericanos. La participación femenina se incrementó a lo largo del siglo; igualmente, aumentaron los grupos familiares donde, indudablemente, la presencia de las mujeres era un hecho. En cuanto a su nivel cultural, las mujeres ofrecen un porcentaje más alto de analfabetismo que los hombres, con lo cual queda patente el alto saldo de analfabetismo femenino. El perfil cualitativo de las isleñas que emigran para América revela un alto porcentaje de iletradas. Se trata de población adulta que nunca asistió a la escuela primaria, que participó poco en ella o estuvo mal escolarizada. La emigrante no marcha para mejorar su condición cultural, sino buscando una salida socioeconómica, intentando superar el mal endémico de crisis agrícolas continuadas y las escasas expectativas que le ofrece su terruño.

Borda buque Tráfico de Mujeres Canarias:
Las isleñas, ilusionadas con la esperanza de alcanzar la posición socioeconómica que su tierra natal le negaba, eran víctimas de las especulaciones de quienes se dedicaban al tráfico del género humano. En efecto, resultó un lucrativo negocio trasladar mujeres canarias a Cuba, pues muchas fueron engañadas por la compañías de embarque, ofreciéndoles falsas expectativas laborales. En ocasiones, ante las escasas alternativas laborales, la mujer isleña de forma voluntaria trabajaba como prostituta. Es cierto que la mayor parte de las veces por engaño y las menos por su propio consentimiento, las isleñas eran destinadas a la prostitución. Además muchas de ellas fueron vendidas como esclavas, subastadas como mercancía, en el muelle de la habana y destinadas a los prostíbulos tanto de la capital como del interior, con lo cual se practicó la trata de blancas. En 1855 el secretario de la Junta de Fomento de La Habana denunció que "se ven muchachas que ni noción tienen de sus deberes religiosos y que, según todas las apariencias, darían nuevo alimento a la prostitución de Canarias tan abundante es estas islas". La contratación de mano de obra isleña era rentable. La explotación de las mujeres canarias como prostitutas en Cuba se podría considerar un sector de ocupación fundamental en el siglo XIX y en primeras décadas del XX. En 1855 estaban registradas en La Habana 200 casas de prostitución con un total de 651 meretrices, el 90% mujeres de color, extranjeras, peninsulares y canarias. Así lo confirma el historiador Hugh Thomas, indicando que en los burdeles en La Habana trabajaban muchas mujeres canarias. Sin duda, el tráfico de mujeres canarias y su explotación sexual en América fue una realidad, siendo víctimas de las especulaciones del género humano. No obstante, otras mujeres a través de la emigración mejoraron su situación socioeconómica. El esfuerzo laboral y la capacidad de ahorro se tradujo en un aumento del nivel adquisitivo y por lo tanto en un ascenso en el grado socioeconómico. Así superaban el estadio de pobreza y miseria que generó la crisis económica en la que se vio inmersa Canarias, pero raras veces se refleja en el incremento del nivel cultural.
Teresa González Pérez, Catedrática de la Universidad de La Laguna
Publicado en La Opinión (19/05/02).
"Abandonaremos nuestra Patria y nuestra parentela porque ha dominado nuestra tierra un dios estéril". (Códice nahualt)
Me voy porque la tierra, el pan y la luz ya no son míos. (León Felipe)

Isleños en Cuba (s.XVIII). Por Manuel Hernández González:

Isleños en Cuba (s.XVIII). Por Manuel Hernández González:
La mayoría de los canarios, como ocurría con el conjunto de la población cubana del siglo XVIII, http://www.mgar.net/images3/paula.jpgse estableció en la provincia de La Habana. Existían otros núcleos de menor entidad en Sancti Spiritus, Remedios, Matanzas, Puerto Príncipe y toda la región central del país. Un estudio del profesor cubano Jesús Guanche es bien expresivo de la presencia canaria en algunas regiones del país. Aunque utiliza una fuente discutible como es la de los bautismos, nos puede aproximar a ver el porcentaje de la población canaria en varias parroquias. En área urbana como la Catedral de La Habana, los canarios eran entre 1701-1750 el 31,71 por 100 de la población española, para descender entre 1801-1850 al 20,38. En una parroquia habanera marginal, el Santo Cristo del Buen Viaje el porcentaje es respectivamente un 35,05 y un 35,67 %. Es significativo que en la primera mitad del XVIII esas cifras eran notablemente mayores, lo que es indicativo de la escasa colonización peninsular en la Cuba anterior al libre comercio. Los canarios eran un 39,32 y un 52,09% de los españoles respectivamente en esas fechas. En las áreas rurales habaneras es donde la presencia canaria es abrumadoramente mayoritaria. En Jesús del Monte, entre 1701-1750 los isleños son un 87,60. Entre 1751-1800 un 82,47 y entre 1801-1850 un 79,78. En la parroquia de Nuestra Señora de la Paz, entre 1801-1850 son unos 76,86% de los españoles.

Detalle orilla alameda de Paula. Grabado de F.Miahle (1885)En Matanzas, la emigración isleña es muy importante. Era en la segunda mitad del XVIII una región escasamente poblada. En el área próxima a la capital los isleños y sus descendientes se dedicaban al cultivo del tabaco. Matanzas fue fundada por emigrantes canarios en 1693. Hemos visto como incluso fue un puerto de escala en el comercio canario-americano. En el siglo XIX el auge azucarero desplazó a los vegueros, que tuvieron que vender sus propiedades. La caña de azúcar y la esclavitud se fueron progresivamente generalizando, favorecidas en las décadas centrales del XIX con la expansión del ferrocarril. La región central del país, Remedios, Santa Clara o Sancti Spiritus, también centros tabaqueros, eran áreas con abundante población isleña. Sin embargo, en Trinidad su porcentaje era bien escaso. Se puede apreciar comparativamente. En Trinidad, entre 1801-1850 el 14,29% de los españoles eran isleños. En Sancti Spiritus entre 1751-1800 los canarios eran el 63,64% y entre 1801-1850 eran el 70,27%. En Oriente la presencia canaria fue escasa, con excepción de Puerto Príncipe, que fue una importante área ganadera en la que los isleños, desde la segunda mitad del siglo XVII, llegaron a constituir buena parte de la oligarquía local, hasta el punto de que la parroquia lleva la advocación de Nuestra Señora de Candelaria. Aunque estas estadísticas no son del todo fiables, pues dependen del interés del párroco en apuntar el origen de los padres podemos ver que entre 1801-1850 el 25% de los españoles en Puerto Príncipe eran de procedencia insular. En Holguín son entre 1751-1800 el 43,75%. En Santiago, la presencia isleña era más reducida, excepción hecha de la política colonizadora de principios del siglo XIX, a la que hemos aludido. Entre 1751-1800 el 22,22% de los españoles son canarios. Entre 1801-1850 desciende a un 9,57%. Debemos de tener en cuenta que los curas sólo recogen la vecindad de os padres y no su naturaleza. De ahí su dudosa fiabilidad. Más correcto hubieran sido los matrimonios.

Las consecuencias del alza del azúcar se traducen en un alejamiento de los vegueros de sus áreas tradicionales hacia nuevos sectores más periféricos, entre los que destaca la provincia de Pinar del Río hacia donde se dirige la colonización de canarios de Bahía Honda, ya mencionada. El auge del tabaco en Vueltabajo llevó a una elevación del precio de los arrendamientos en detrimento de los ingresos de los vegueros. Donde también creció el cultivo del tabaco fue en la región oriental, gracias a la inmigración de colonos procedentes de Santo Domingo y de inmigrantes isleños. Areas como Baracoa o Guantánamo vieron expandir su población con el cultivo del tabaco. La intensa emigración isleña a Cuba del período 1765-1792 vio modificada radicalmente sus condiciones de acceso al proceso productivo. La vega dejó de ser paulatinamente una alternativa rentable. El emigrante isleño desarrolló sus expectativas de futuro en los trabajos que le ofrecía la plantación, como mayorales o técnicos, pero sobre todo en el pequeño cultivo de abastecimiento y la distribución interna, en un mercado en expansión que había aumentado la demanda de productos de primera necesidad. Pero, a medida que este campesinado creció en número, el pequeño cultivador independiente descendió en la escala social. El pequeño agricultor, estanciero, o veguero, que crea el arquetipo cultural del guajiro, se incrementa en la Cuba del último tercio del siglo XVIII. En el censo de 1778 los sitios de labor, estancias y vegas representan el 69% del total de las propiedades agrícolas. (Manuel Hernández González. La emigración canaria a América)


Motivo para indiano retornado. Foto original: Tate Cabré Comercio y emigración en América:
El profesor Manuel Hernández González, compañero del Area de Historia de América de la Universidad de La Laguna y, desde luego, amigo, me pide un prólogo para su nuevo libro sobre las relaciones entre Canarias y el Nuevo Mundo. Se trata de una compilación de estudios que, en algunos casos, fueron publicados previamente en revistas especializadas, varias de ellas de difícil acceso para el público en general, mientras que otros trabajos ven la luz por vez primera. El objetivo de la obra, me explica, es introducir al lector en el panorama del comercio canario-americano durante el Siglo de las Luces, un tema sobre el que, aunque contamos con obras clásicas desde la década de los cincuenta, es ignorado, paradójicamente, en no pocos de los manuales dedicados a la historia de los vínculos entre ambas orillas del Atlántico. En este primer estudio se define el marco general en el que se llevó a cabo la actividad comercial, así como sus características y peculiaridades espaciales y temporales. Acto seguido, el autor aborda la evolución de las corrientes migratorias canarias en el Setecientos y, finalmente, la segunda parte de la obra está dedicada a analizar diversos asuntos que constituyen algunos de los ejes fundamentales de la labor realizada, desde hace años, por el autor, labor que se ha visto coronada con indudables aciertos y con los óptimos frutos de una incuestionable vocación y laboriosidad. Así, pues, el autor nos acerca, con rigor y amenidad, a diversos aspectos que define como la trama mercantil y migratoria canaria, aspectos que resultan esenciales para situarla en un marco general y, de ese modo, ofrecer al lector una visión de conjunto del problema. El primero de los estudios nos aproxima a un problema social e institucional en relación con la actividad comercial: el motín contra el Intendente Cevallos, que tuvo notables implicaciones en la continuidad de un tráfico fundamental en aquellos momentos para el Archipiélago, como era el del tabaco cubano, reexportado hacia el mercado europeo en buena medida desde Santa Cruz de Tenerife. El establecimiento de una nueva institución (la Intendencia), con el objeto de acabar con el contrabando y asumir su total control por parte de la Corona, derivaría en graves tensiones sociales que desembocaron en el asesinato del primer Intendente de Canarias por el populacho santacrucero, y la asunción de su represión por parte de la élite local , separándose del motín y subrayando de este modo su lealtad al Rey.

Emigrantes en la cubierta de un velero [Norteamérica:]
El segundo aspecto analizado aborda un tema prácticamente ignorado por la historiografía canaria salvo contadas excepciones: el del comercio canario-norteamericano. Con la crisis del malvasía desde 1730, la búsqueda de mercados alternativos reorientó la producción hacia el vidueño y condujo los caldos hacia un mercado expansivo, el de las Trece Colonias, paradójicamente restringido por las Actas de navegación británicas que lo constreñían al de vinos procedentes de Madeira. Inicialmente, los mercados canarios pasaron a vender sus vidueños como falso Madeira, pero el auge del tráfico y su continuidad estaba ligado a la penetración en el mercado hispanoamericano, dada la escasa recepción de los productos norteamericanos en Canarias, de ahí que se viese la necesidad, desde un primer momento, de colocar las harinas norteñas en Cuba. Así, pues, Norteamérica se convirtió, antes y después de la Independencia, sobre todo a partir de 1730, en el destino prioritario de los vinos canarios, ante la pérdida local del mercado inglés y la decadencia de las ventas de malvasía. En este sentido, el autor estudia las estrategias emprendidas por los vinateros isleños para su introducción en el nuevo mercado, así como su desarrollo a lo largo de la centuria. Se estudian, finalmente, dos problemas sugestivos en relación con el tráfico indiano. En primer lugar el relacionado con las exportaciones canarias de parra o tierra (aguardiente de vino), y su concurrencia con el aguardiente de caña de procedencia caribeña, lo que dará lugar a una especie de debate cientifista sobre la conveniencia de la primera, dado su presunto carácter medicinal, frente a la segunda. Se trata de una polémica que, como demuestra el autor, encubre intereses estrictamente mercantiles. Además, la existencia de un mercado de aguardientes y vinos peninsulares que son vendidos en Indias como canarios, y que sirven también para "colorear" los caldos exportados a los Estados Unidos es otro de los aspectos analizados. Ello supuso un agudo conflicto entre la oligarquía agraria y la burguesía comercial, que adquirió cada vez más protagonismo socio-político y económico en el tráfico indiano, a medida que avanzaba la centuria. El ahorro que representaba para los traficantes el aguardiente de Mallorca, para ser vendido como canario o para encabezar el falso Madeira, y la introducción de vinos tintos catalanes o valencianos originó constantes fricciones entre la élite agraria y los comerciantes, que se verán incrementadas por el hecho de que la Comandancia General (como máxima instancia ejecutiva del Archipiélago), pareció tomar parte por los segundos, en detrimento de los primeros.

La HabanaPor último, desde una perspectiva más centrada en el tema migratorio se plantean dos temas novedosos e igualmente interesantes. El autor aborda la relevancia de los emigrantes negros (libres y esclavos) y de mulatos desde Canarias hacia la América española. Ello explicaría en buena medida, subraya, el "carácter criollo y diferencial con que era considerado el isleño frente a las migraciones peninsulares, especialmente aquéllas como la cántabra, navarra o vasca que anteponían su nobleza y limpieza de sangre, de auténticos españoles castizos, como señalaba el factor de la Compañía Guipuzcoana y regidor del cabildo caraqueño, cuando diferenciaba entre éstos y los canarios para restringirles su derecho a participar en las alternativas de elección de alcaldes entre criollos y peninsulares". Así, pues, numerosos canarios negros y mulatos, libres y esclavos, cruzaron el Atlántico formando parte de las corrientes migratorias que caracterizan y matizan la historia isleña del siglo XVIII. El autor, a través de un amplio elenco de fuentes documentales canarias y americanas, se acerca a un tema hasta ahora prácticamente inédito que, sin duda, nos ayuda a replantearnos cuestiones relevantes, como la de "los mitos étnicos a cuyo trasluz han sido analizadas las sociedades atlánticas", como subraya con acierto Manuel Hernández González. Cierra esta enjundiosa colección de estudios un trabajo singular que pone de relieve una vez más la singular importancia del elemento canario en la configuración demográfica, económica y, en definitiva, humana del hinterland habanero durante el último tercio del Setecientos. Gracias a la utilización de la rica documentación custodiada en el Archivo Nacional de Cuba, el autor analiza la presencia isleña mayoritaria en relación a la población de origen peninsular que, dedicada a los frutos menores, la ganadería y otras actividades complementarias suministra a la ciudad todo lo necesario para el diario consumo, dada la creciente demanda de un mercado local en constante expansión. Ello es así hasta el punto de que, por ejemplo, el malojero (cultivador de maíz o millo tierno para el consumo del ganado), se convierte en una de las más precisas definiciones del guajiro del extrarradio habanero que, en aquella época, era como decir de toda Cuba. El lector, encontrará a lo largo de las páginas de este libro numerosos temas de reflexión a la hora de entender las especiales relaciones que, desde siempre, nos han unido con la América española y, en particular, con la zona del Caribe, a la que, aún en nuestos días, estamos fuertemente vinculados por los sentimientos de una cercanía espiritual que, como es natural, ha marcado en profundidad nuestro devenir histórico. (Manuel de Paz Sánchez. Prólogo del libro Comercio y emigración en América en el Siglo XVIII. Ediciones Idea, 2004)